sábado, 20 de marzo de 2010

Otra ocasión perdida

En mi fuero interno, esperaba que el Bicentenario diera pie a dos cosas: la primera, obviamente, para celebrar; la segunda, para reflexionar.
Celebrar que somos un país independiente, y que algo hemos crecido desde la época de O'higgins, Carrera, Freire, Pinto y Portales. Celebrar, a pesar de todas las sombras que pueda proyectar sobre la tan manoseada "independencia" nuestra dependencia energética, nuestra política exterior siempre errática y nuestra sumisión a entidades externas que, paradojalmente, nos hacen creernos el hoyo del queque (FMI, Banco Mundial, ahora la OCDE...).
Y reflexionar sobre lo que hemos llegado a ser como país, y lo que aspiramos a ser por los próximos 100, 200 o mil años. Una especie de proceso parecido al de 1910, en que un grupo de intelectuales criticó por los 4 costados el país en que vivían, rescatando lo bueno y haciendo polvo lo que merecía críticas. Para los que crean que es sólo nostalgía de la Unión Nacional, les recuerdo que de esas reflexiones salieron, entre otros temas, la nacionalización del cobre (que se demoró 60 años en ser concretada), las 200 millas marinas de exclusividad económica, y el proyecto de convertir nuestro suelo en un país industrial, lo que funcionó durante un tiempo, hasta que los Chicago boys decidieron convertirnos en proveedores de materias primas y servicios.
Reflexionar sobre las instituciones que tenemos, y cómo nos gustaría que fueran. O, en última instancia, reflexionar sencillamente sobre qué tanto sentido de comunidad hay por estos suelos, y si tiene algún sentido aún seguir hablando de Nación.

Pero hay dos obstáculos que se presentan para esta reflexión.
La primera, es que tenemos un nuevo gobierno, de una coalición que en los últimos 20 años nunca había ejercido el poder. Entonces, las críticas ácidas serán tildadas de mala leche, hijas de un izquierdismo resentido por la derrota del 17 de enero. Y, obviamente, no será la derecha quien esboce un atisbo de crítica. Los partidos, y los hijos de vecino simpatizantes de la derecha se sentirán obligados, por un obtuso sentido de la lealtad, a mantener los labios cerrados o defender con excusas torpes cualquier error manifiesto.

A los factores políticos se suman los naturales: con un terremoto grado 8,8 las energías de muchos van a estar concentradas en re-construir. Y esos mismos reconstructores se encargarán de mirar con ojos de huevo frito al que ose tratar temas quizás mucho más importantes, pero infinitamente menos urgentes: entre parar una mediagua y reconstruir una escuela, o criticar el binominal... hasta a mí se me apreta la guata optar por la segunda opción.

Así, gracias al terremoto, este bicentenario (ahora sí, con minúsculas) será sólo otra ocasión perdida para reflexionar y tratar de encontrarnos y reconocernos a nosotros mismos.
(PD para los frívolos: ni siquiera para celebrar servirá de mucho, porque con esto de la reconstrucción pueden esperar sentados a que decreten feriado el 17 y/o el 20 de septiembre... el gremio de los fonderos pesa menos que la CPC)

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