martes, 9 de marzo de 2010

Algunas lecciones del terremoto

Primera lección: La solidaridad en Chile, contrario a lo que yo mismo pensaba, no se reduce a un show televisivo anual de 27 horas. En los primeros días post-terremoto, y antes que llegara Mario Kreutzberger a territorio nacional, ya estaba en movimiento una serie de organizaciones y, más importante aún, cientos de voluntarios para acudir en ayuda de las victimas. Eso enaltece al país entero, pero especialmente a la juventud, que fue la primera en acudir en masa, alegremente dentro de lo que la situación permitía.
Segunda lección: Carmen Fernández asegura que ONEMI no está preparado para este tipo de catastrofes. Pregunta: ¿Para qué están preparados entonces? ¿Para qué los aumentos constantes de presupuesto en esa repartición? ¿Para qué las compras de equipos y capacitaciones a alcaldes y otros estamentos? Viviendo en un país sísmico, con más de 4.000 km de costa, ¿es entendible que la oficina nacional de EMERGENCIAS no esté preparada para un terremoto y posterior tsunami? A la ineficacia de la Onemi hay que agregar los problemas de comunicación con el SHOA, resumidos muy graficamente en un fax (??!!) que no tenía toner toner (??!!). Cuando el sábado bajaba del Cajón del Maipo y escuchábamos con mi familia las noticias de lo que había ocurrido, le decía a mi esposa "Tranquila, no estamos en Haití, donde ni siquiera hay estructura de estado". La segunda lección es que en parte me equivocaba: nuestras instituciones se comportan como si estuviéramos en Haití (con todo el respeto que me merece el pueblo haitiano).
Tercera lección: Nuestros prohombres del análisis sociológico (Luis Sepúlveda en LUN, Fernando Villegas en latercera.com y otros muchos más) no tienen idea de estadística. Comparto muchas de las críticas que ambos hacen al modelo económico y a otros aspectos de nuestro país, pero de ahí a señalar que el lumpen-lumpen y el lumpen-4x4 que se dedicó a saquear después del terremoto es el reflejo del nuevo Chile es una exageración que sólo están dispuestos a avalar los medios de comunicación, que mostraron hasta el hartazgo las imágenes del caos, fomentándolo indirectamente.
Cuarta lección: Los políticos chilenos siguen sin darse cuenta que el país ha cambiado. Es injustificable que ante el desorden obvio que se produciría después de un terremoto y posterior tsunami se haya dudado en acudir a las fuerzas armadas por traumas que hoy sólo se alojan en las cabezas de nuestros viejos políticos. Y eso no sólo corre para la Concertación, que dilató la medida. También corre para La Segunda, que parece haber disfrutado poniendo una portada que parecía de 1973.
Quinta lección: Así como el terremoto sirvió de justificación para un gran despliegue solidario, y también para que unos malandras justificaran sus saqueos, también sirvió de excusa para que el Presidente Electo dejara de cumplir su promesa de venta de acciones. Hasta donde sé, la Bolsa no se ha detenido, y tampoco las empresas de Piñera salieron especialmente afectadas del terremoto como para incidir en su valor... ¿entonces?
Sexta lección: Las redes sociales llegaron para quedarse. Si bien siguen sin representar al chileno medio (basta cotejar los resultados de cualquier encuesta en Twitter con la realidad), demostraron que son un medio irreemplazable a la hora de movilizar a mucha gente, generar debate, intercambiar información en tiempo real, e incluso para ayudar a ubicar parientes perdidos. Hoy por hoy, el protocolo de la Onemi para tsunamis quizás debiera recomendar que el cabo Cristian Mendez (carabinero que dio la alarma de Tsunami por iniciativa propia) se compré un notebook con batería de larga duración y conexión satelital a Internet para prevenir a todo el planeta cuando nadie más cumple con sus obligaciones.
Séptima: Quedo claro que, en general, los estándares que poco a poco ha ido implementando el país en términos de construcción pueden resistir un terremoto de gran magnitud. El porcentaje de edificios caídos o con daños estructurales serios debe ser un porcentaje muy menor del total construido en los últimos 20 años. Sin embargo, no bastan las normas. Deben existir instancias de supervisión e inspección que aseguren el cumplimiento de éstas. Lo que digo no es nuevo: se dice siempre después de cada tragedia, o como excusa perenne ("no tenemos recursos para fiscalizar"). Pero mientras no existan, sobre todo en instancias críticas, seguiremos viendo edificios desmayados, con constructoras que no dan la cara, con alcadesas histéricas que firman la recepción de obra y se ganan ascensos, y peor aún, lamentando víctimas cuya sensible pérdida fue ocasionada por un negligente que debe tener nombre y apellido pero cuyo domicilio nadie conoce.
Octava, y por hoy la última: El loable esfuerzo realizado el viernes y sábado para reunir ayuda para las víctimas del terremoto terminó por mostrar algo terriblemente escándaloso, que disfrazado del oropel de la solidaridad pasó colado. La distribución de la riqueza sigue siendo un tema pendiente en nuestro país. No es entendible que una empresa como Celco, cuya infraestructura sufrió serios daños y hoy está casi sin producir, hiciera una donación estratosférica. ¿Cuánto habría donado en caso de no estar en el suelo? No veo problema en que una empresa tenga todo ese dinero disponible. Tampoco en que lo tenga una familia (como los Luksic con sus 2.170 millones "donados"), y tampoco en que los tenga un sujeto solo. Pero me parece escándaloso que en contraste, una familia viva con el sueldo mínimo, o que algunos profesionales recién salidos de la universidad ganen $ 250 mil al mes. Como dijo un amigo en Twitter: ¡por dios que está mal pela'o el chancho!

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