jueves, 14 de octubre de 2010

¿Reality Show?

En la mañana del 11 de Septiembre de 2001, después que el primer avión se estrellara contra una de las Torres Gemelas, todos los que se enteraron pudieron sintonizar las noticias y ver los despachos en directo. Por eso, cuando algunos minutos más tarde se estrelló el segundo avión contra la segunda Torre, muchísima gente pudo verlo en vivo.
Independiente si la diferencia entre ambos choques fue programada (e independiente de quién lo programara) el efecto, en términos mediáticos fue pantagruélico: muchos vimos "en vivo y en directo" cómo se producía el segundo choque, cómo personas se lanzaban al vacío desde las ventanas de las torres, cómo finalmente éstas se desplomaban, cómo la gente corría despavorida cubierta de polvo delante de las cámaras.
Si bien hasta antes de eso la prensa, sobre todo televisiva, contaba con los medios técnicos para realizar una transmisión de esa naturaleza, el atentado a las Torres Gemelas les entregó lo que hasta entonces había faltado: la oportunidad. ¿Cómo resistirse entonces a transmitir en directo el derrumbe de un edificio que para los yanquis era todo un símbolo?
De la misma forma, ¿cómo iban a resistir los medios nacionales y extranjeros la tentación de transmitir todo ese cúmulo de emociones que fue el rescate? El negocio de la televisión es mostrar cosas que sean de interés de los televidentes. Y el rating medido (que puede ser confirmado con el interés despertado en todo el mundo) demuestra que a los televidentes sí les interesaba ver el rescate, en directo, durara las horas que durara. Y de yapa, comentarlo y difundirlo a través de las redes sociales.
Que los periodistas privilegien, por ejemplo, las lágrimas fáciles por sobre las explicaciones técnicas, es harina de otro costal, y merece otro tipo de discusión.
En ese sentido, hablar de "show mediático" por que los canales, en cadena nacional, transmitieron el rescate, es una crítica simplona que no tiene mucho asidero.
Distinto es aprovecharse, con la vista en fines propios, de esa gigantesca cobertura. Si alguno de los rostros visibles del rescate hubiera aprovechado de hacer publicidad a su pyme personal, por ejemplo, o si algún político hubiera querido mostrar esto como un triunfo de su coalición, sería evidentemente criticable y deleznable. Sin embargo, eso no ocurrió. Al contrario, Su Excelencia, con toda su incontinencia verbal, siempre habló de triunfo de Chile y de los chilenos. E incluso anoche, en entrevista por tv, le restó un poco de gas a la enorme burbuja en que se ha convertido su ministro de minería.
Creo entonces que el rescate, más que un show televisivo, fue un triunfo del trabajo serio, responsable y planificado. Un triunfo del empeño y del ingenio por sobre lo que incluso la lógica podría haber dictado al comienzo (darlos a todos por muertos, por ejemplo).
No hay que ser piñerista (que no lo soy) para reconocer que eso es mérito del gobierno. Del Presidente, de los Ministros y de otros funcionarios que no se vieron. Innegable también el mérito de los ingenieros y técnicos. Si los mass-media quieren convertir todo eso en un circo... nada que hacer, puesto que es precisamente su pega.
Y como seguramente los mass-media no darán ni el 1% de esa cobertura a la discusión sobre lo que S.E. llamó "Nuevo Trato Laboral", el desafio ahora es de los medios alternativos (incluyendo las redes sociales), para mantener viva la discusión y que los 70 días que los mineros pasaron bajo tierra no haya servido sólo para alimentar las estadísticas del rating.

jueves, 7 de octubre de 2010

Puros chistes

En un mundo donde cada día es más fácil conseguir información, es cada día más dificil ejercer alguna forma de censura. Si no pudiste ver algo publicado en algún sitio de Internet, en 5 minutos aparecerá en otro sitio, o algún alma caritativa ya lo tendrá en su computador y te lo enviará por correo electrónico.
Esa misma facilidad para conseguir información reduce la posibilidad de sentirse ofendido, insultado o menoscabado por alguien: a menos que estén directamente ensañándose contigo por algún medio, basta con cerrar la página web que no te gusta, o cambiar el canal, o cambiar la emisora, o dar vuelta la página del diario o revista cuyo contenido te pareció ofensivo. Así de simple.
Si, por ejemplo, el canal Playboy tuviera señal abierta, transmitiendo las 24 horas del día ("soñá, que es gratis" me decía una amiga argentina), no se me ocurriría armar una protesta para que saquen la señal del aire, ni soñaría con poner una bomba que hiciera volar la antena de transmisión. Simplemente agarraría el control remoto de la tv, activaría el control parental y bloquearía el canal. Et voilá! Fin del problema: Mis hijas verían monos tranquilas, mientras el vecino adolescente termina con tendinitis.
Pero cuando todo el mundo se mueve en esa dirección, cuando todo el mundo busca mayores alternativas para elegir, cuando se ha logrado cierto consenso respecto a que "dar la opción de" es mucho más humano y democrático que "imponer", aparece nuestro querido Consejo Nacional de Televisión y nos dice que no, que el control remoto no sirve, que el control parental es una herramienta tecnológica innecesaria, puesto que ellos son los encargados de velar por los contenidos a los que tenemos acceso.
El CNTV, a través del Sr. Chadwick, se apresura a señalar que ellos no han ejercido censura, puesto que la revisión (y la sansión) es posterior a la emisión. ¡Perfecto argumento de leguleyo! Es cierto, el programa se transmitió, y los que quisieron lo vieron. Y los que se lo perdieron, y después quisieron saber de qué iba el asunto, pudieron verlo en el sitio del mismo canal, o en YouTube. Pero con su decisión, el Sr. Chadwick et aleteres pueden provocar, efectivamente, censura previa. Si el canal, o los productores, o los actores, o el guionista, o cualquiera, es multado por los chistes sobre Jesús de Nazareth, entonces evidentemente esa persona, a futuro, se verá cohibido de hacer una parodia similar. Y lo mismo puede pensar cualquier otra persona: "Ni se te ocurra hacer algo como en el canal de al lado, porque nos pueden sansionar!"
Lo peor del asunto es que parece que nadie le explicó a estos señores que se trata de un programa de humor. Y que la parodia, la mofa, la burla, la exageración son parte del humor.
Y el tema es aún más complejo: el Sr. Chadwick ha tomado partido, ha revelado indirectamente cuáles son sus creencias, cuáles son sus preferencias, y quiere imponerlas a los medios de comunicación. ¿Por qué digo esto? Por simple extensión lógica: si un humorista puede burlarse del Islam parodiando a un árabe que enseña a poner bombas en televisión sin que el CNTV lo moleste, pero otro humorista no puede darle un viagra a Lázaro para que "se levante", entonces el Sr. Chadwick está diciendo que podemos hacer chistes y parodias de gallegos, de judíos, de gangosos, del islam, de los krishna, de los presidentes, de todo lo que cabe bajo el cielo, excepto del cristianismo. Eso es tomar partido. Porque no se está defendiendo el principio del respeto en sí mismo. Ni siquiera se está respondiendo a la solicitud de un grupo ofendido de ciudadanos (de 17 millones de chilenos, apenas 1 presentó un reclamo formal al consejo). Simplemente él se sintió ofendido y echó a andar la maquinaria del consejo para satisfacer su mancillado honor.
Que un organismo público se preste para que unos señores prediquen sus creencias y se puedan sentir resarcidos en su honra, es un chiste. Lamentablemente, de los malos. De los muy malos.