jueves, 7 de octubre de 2010

Puros chistes

En un mundo donde cada día es más fácil conseguir información, es cada día más dificil ejercer alguna forma de censura. Si no pudiste ver algo publicado en algún sitio de Internet, en 5 minutos aparecerá en otro sitio, o algún alma caritativa ya lo tendrá en su computador y te lo enviará por correo electrónico.
Esa misma facilidad para conseguir información reduce la posibilidad de sentirse ofendido, insultado o menoscabado por alguien: a menos que estén directamente ensañándose contigo por algún medio, basta con cerrar la página web que no te gusta, o cambiar el canal, o cambiar la emisora, o dar vuelta la página del diario o revista cuyo contenido te pareció ofensivo. Así de simple.
Si, por ejemplo, el canal Playboy tuviera señal abierta, transmitiendo las 24 horas del día ("soñá, que es gratis" me decía una amiga argentina), no se me ocurriría armar una protesta para que saquen la señal del aire, ni soñaría con poner una bomba que hiciera volar la antena de transmisión. Simplemente agarraría el control remoto de la tv, activaría el control parental y bloquearía el canal. Et voilá! Fin del problema: Mis hijas verían monos tranquilas, mientras el vecino adolescente termina con tendinitis.
Pero cuando todo el mundo se mueve en esa dirección, cuando todo el mundo busca mayores alternativas para elegir, cuando se ha logrado cierto consenso respecto a que "dar la opción de" es mucho más humano y democrático que "imponer", aparece nuestro querido Consejo Nacional de Televisión y nos dice que no, que el control remoto no sirve, que el control parental es una herramienta tecnológica innecesaria, puesto que ellos son los encargados de velar por los contenidos a los que tenemos acceso.
El CNTV, a través del Sr. Chadwick, se apresura a señalar que ellos no han ejercido censura, puesto que la revisión (y la sansión) es posterior a la emisión. ¡Perfecto argumento de leguleyo! Es cierto, el programa se transmitió, y los que quisieron lo vieron. Y los que se lo perdieron, y después quisieron saber de qué iba el asunto, pudieron verlo en el sitio del mismo canal, o en YouTube. Pero con su decisión, el Sr. Chadwick et aleteres pueden provocar, efectivamente, censura previa. Si el canal, o los productores, o los actores, o el guionista, o cualquiera, es multado por los chistes sobre Jesús de Nazareth, entonces evidentemente esa persona, a futuro, se verá cohibido de hacer una parodia similar. Y lo mismo puede pensar cualquier otra persona: "Ni se te ocurra hacer algo como en el canal de al lado, porque nos pueden sansionar!"
Lo peor del asunto es que parece que nadie le explicó a estos señores que se trata de un programa de humor. Y que la parodia, la mofa, la burla, la exageración son parte del humor.
Y el tema es aún más complejo: el Sr. Chadwick ha tomado partido, ha revelado indirectamente cuáles son sus creencias, cuáles son sus preferencias, y quiere imponerlas a los medios de comunicación. ¿Por qué digo esto? Por simple extensión lógica: si un humorista puede burlarse del Islam parodiando a un árabe que enseña a poner bombas en televisión sin que el CNTV lo moleste, pero otro humorista no puede darle un viagra a Lázaro para que "se levante", entonces el Sr. Chadwick está diciendo que podemos hacer chistes y parodias de gallegos, de judíos, de gangosos, del islam, de los krishna, de los presidentes, de todo lo que cabe bajo el cielo, excepto del cristianismo. Eso es tomar partido. Porque no se está defendiendo el principio del respeto en sí mismo. Ni siquiera se está respondiendo a la solicitud de un grupo ofendido de ciudadanos (de 17 millones de chilenos, apenas 1 presentó un reclamo formal al consejo). Simplemente él se sintió ofendido y echó a andar la maquinaria del consejo para satisfacer su mancillado honor.
Que un organismo público se preste para que unos señores prediquen sus creencias y se puedan sentir resarcidos en su honra, es un chiste. Lamentablemente, de los malos. De los muy malos.

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