jueves, 14 de octubre de 2010

¿Reality Show?

En la mañana del 11 de Septiembre de 2001, después que el primer avión se estrellara contra una de las Torres Gemelas, todos los que se enteraron pudieron sintonizar las noticias y ver los despachos en directo. Por eso, cuando algunos minutos más tarde se estrelló el segundo avión contra la segunda Torre, muchísima gente pudo verlo en vivo.
Independiente si la diferencia entre ambos choques fue programada (e independiente de quién lo programara) el efecto, en términos mediáticos fue pantagruélico: muchos vimos "en vivo y en directo" cómo se producía el segundo choque, cómo personas se lanzaban al vacío desde las ventanas de las torres, cómo finalmente éstas se desplomaban, cómo la gente corría despavorida cubierta de polvo delante de las cámaras.
Si bien hasta antes de eso la prensa, sobre todo televisiva, contaba con los medios técnicos para realizar una transmisión de esa naturaleza, el atentado a las Torres Gemelas les entregó lo que hasta entonces había faltado: la oportunidad. ¿Cómo resistirse entonces a transmitir en directo el derrumbe de un edificio que para los yanquis era todo un símbolo?
De la misma forma, ¿cómo iban a resistir los medios nacionales y extranjeros la tentación de transmitir todo ese cúmulo de emociones que fue el rescate? El negocio de la televisión es mostrar cosas que sean de interés de los televidentes. Y el rating medido (que puede ser confirmado con el interés despertado en todo el mundo) demuestra que a los televidentes sí les interesaba ver el rescate, en directo, durara las horas que durara. Y de yapa, comentarlo y difundirlo a través de las redes sociales.
Que los periodistas privilegien, por ejemplo, las lágrimas fáciles por sobre las explicaciones técnicas, es harina de otro costal, y merece otro tipo de discusión.
En ese sentido, hablar de "show mediático" por que los canales, en cadena nacional, transmitieron el rescate, es una crítica simplona que no tiene mucho asidero.
Distinto es aprovecharse, con la vista en fines propios, de esa gigantesca cobertura. Si alguno de los rostros visibles del rescate hubiera aprovechado de hacer publicidad a su pyme personal, por ejemplo, o si algún político hubiera querido mostrar esto como un triunfo de su coalición, sería evidentemente criticable y deleznable. Sin embargo, eso no ocurrió. Al contrario, Su Excelencia, con toda su incontinencia verbal, siempre habló de triunfo de Chile y de los chilenos. E incluso anoche, en entrevista por tv, le restó un poco de gas a la enorme burbuja en que se ha convertido su ministro de minería.
Creo entonces que el rescate, más que un show televisivo, fue un triunfo del trabajo serio, responsable y planificado. Un triunfo del empeño y del ingenio por sobre lo que incluso la lógica podría haber dictado al comienzo (darlos a todos por muertos, por ejemplo).
No hay que ser piñerista (que no lo soy) para reconocer que eso es mérito del gobierno. Del Presidente, de los Ministros y de otros funcionarios que no se vieron. Innegable también el mérito de los ingenieros y técnicos. Si los mass-media quieren convertir todo eso en un circo... nada que hacer, puesto que es precisamente su pega.
Y como seguramente los mass-media no darán ni el 1% de esa cobertura a la discusión sobre lo que S.E. llamó "Nuevo Trato Laboral", el desafio ahora es de los medios alternativos (incluyendo las redes sociales), para mantener viva la discusión y que los 70 días que los mineros pasaron bajo tierra no haya servido sólo para alimentar las estadísticas del rating.

jueves, 7 de octubre de 2010

Puros chistes

En un mundo donde cada día es más fácil conseguir información, es cada día más dificil ejercer alguna forma de censura. Si no pudiste ver algo publicado en algún sitio de Internet, en 5 minutos aparecerá en otro sitio, o algún alma caritativa ya lo tendrá en su computador y te lo enviará por correo electrónico.
Esa misma facilidad para conseguir información reduce la posibilidad de sentirse ofendido, insultado o menoscabado por alguien: a menos que estén directamente ensañándose contigo por algún medio, basta con cerrar la página web que no te gusta, o cambiar el canal, o cambiar la emisora, o dar vuelta la página del diario o revista cuyo contenido te pareció ofensivo. Así de simple.
Si, por ejemplo, el canal Playboy tuviera señal abierta, transmitiendo las 24 horas del día ("soñá, que es gratis" me decía una amiga argentina), no se me ocurriría armar una protesta para que saquen la señal del aire, ni soñaría con poner una bomba que hiciera volar la antena de transmisión. Simplemente agarraría el control remoto de la tv, activaría el control parental y bloquearía el canal. Et voilá! Fin del problema: Mis hijas verían monos tranquilas, mientras el vecino adolescente termina con tendinitis.
Pero cuando todo el mundo se mueve en esa dirección, cuando todo el mundo busca mayores alternativas para elegir, cuando se ha logrado cierto consenso respecto a que "dar la opción de" es mucho más humano y democrático que "imponer", aparece nuestro querido Consejo Nacional de Televisión y nos dice que no, que el control remoto no sirve, que el control parental es una herramienta tecnológica innecesaria, puesto que ellos son los encargados de velar por los contenidos a los que tenemos acceso.
El CNTV, a través del Sr. Chadwick, se apresura a señalar que ellos no han ejercido censura, puesto que la revisión (y la sansión) es posterior a la emisión. ¡Perfecto argumento de leguleyo! Es cierto, el programa se transmitió, y los que quisieron lo vieron. Y los que se lo perdieron, y después quisieron saber de qué iba el asunto, pudieron verlo en el sitio del mismo canal, o en YouTube. Pero con su decisión, el Sr. Chadwick et aleteres pueden provocar, efectivamente, censura previa. Si el canal, o los productores, o los actores, o el guionista, o cualquiera, es multado por los chistes sobre Jesús de Nazareth, entonces evidentemente esa persona, a futuro, se verá cohibido de hacer una parodia similar. Y lo mismo puede pensar cualquier otra persona: "Ni se te ocurra hacer algo como en el canal de al lado, porque nos pueden sansionar!"
Lo peor del asunto es que parece que nadie le explicó a estos señores que se trata de un programa de humor. Y que la parodia, la mofa, la burla, la exageración son parte del humor.
Y el tema es aún más complejo: el Sr. Chadwick ha tomado partido, ha revelado indirectamente cuáles son sus creencias, cuáles son sus preferencias, y quiere imponerlas a los medios de comunicación. ¿Por qué digo esto? Por simple extensión lógica: si un humorista puede burlarse del Islam parodiando a un árabe que enseña a poner bombas en televisión sin que el CNTV lo moleste, pero otro humorista no puede darle un viagra a Lázaro para que "se levante", entonces el Sr. Chadwick está diciendo que podemos hacer chistes y parodias de gallegos, de judíos, de gangosos, del islam, de los krishna, de los presidentes, de todo lo que cabe bajo el cielo, excepto del cristianismo. Eso es tomar partido. Porque no se está defendiendo el principio del respeto en sí mismo. Ni siquiera se está respondiendo a la solicitud de un grupo ofendido de ciudadanos (de 17 millones de chilenos, apenas 1 presentó un reclamo formal al consejo). Simplemente él se sintió ofendido y echó a andar la maquinaria del consejo para satisfacer su mancillado honor.
Que un organismo público se preste para que unos señores prediquen sus creencias y se puedan sentir resarcidos en su honra, es un chiste. Lamentablemente, de los malos. De los muy malos.

sábado, 20 de marzo de 2010

Otra ocasión perdida

En mi fuero interno, esperaba que el Bicentenario diera pie a dos cosas: la primera, obviamente, para celebrar; la segunda, para reflexionar.
Celebrar que somos un país independiente, y que algo hemos crecido desde la época de O'higgins, Carrera, Freire, Pinto y Portales. Celebrar, a pesar de todas las sombras que pueda proyectar sobre la tan manoseada "independencia" nuestra dependencia energética, nuestra política exterior siempre errática y nuestra sumisión a entidades externas que, paradojalmente, nos hacen creernos el hoyo del queque (FMI, Banco Mundial, ahora la OCDE...).
Y reflexionar sobre lo que hemos llegado a ser como país, y lo que aspiramos a ser por los próximos 100, 200 o mil años. Una especie de proceso parecido al de 1910, en que un grupo de intelectuales criticó por los 4 costados el país en que vivían, rescatando lo bueno y haciendo polvo lo que merecía críticas. Para los que crean que es sólo nostalgía de la Unión Nacional, les recuerdo que de esas reflexiones salieron, entre otros temas, la nacionalización del cobre (que se demoró 60 años en ser concretada), las 200 millas marinas de exclusividad económica, y el proyecto de convertir nuestro suelo en un país industrial, lo que funcionó durante un tiempo, hasta que los Chicago boys decidieron convertirnos en proveedores de materias primas y servicios.
Reflexionar sobre las instituciones que tenemos, y cómo nos gustaría que fueran. O, en última instancia, reflexionar sencillamente sobre qué tanto sentido de comunidad hay por estos suelos, y si tiene algún sentido aún seguir hablando de Nación.

Pero hay dos obstáculos que se presentan para esta reflexión.
La primera, es que tenemos un nuevo gobierno, de una coalición que en los últimos 20 años nunca había ejercido el poder. Entonces, las críticas ácidas serán tildadas de mala leche, hijas de un izquierdismo resentido por la derrota del 17 de enero. Y, obviamente, no será la derecha quien esboce un atisbo de crítica. Los partidos, y los hijos de vecino simpatizantes de la derecha se sentirán obligados, por un obtuso sentido de la lealtad, a mantener los labios cerrados o defender con excusas torpes cualquier error manifiesto.

A los factores políticos se suman los naturales: con un terremoto grado 8,8 las energías de muchos van a estar concentradas en re-construir. Y esos mismos reconstructores se encargarán de mirar con ojos de huevo frito al que ose tratar temas quizás mucho más importantes, pero infinitamente menos urgentes: entre parar una mediagua y reconstruir una escuela, o criticar el binominal... hasta a mí se me apreta la guata optar por la segunda opción.

Así, gracias al terremoto, este bicentenario (ahora sí, con minúsculas) será sólo otra ocasión perdida para reflexionar y tratar de encontrarnos y reconocernos a nosotros mismos.
(PD para los frívolos: ni siquiera para celebrar servirá de mucho, porque con esto de la reconstrucción pueden esperar sentados a que decreten feriado el 17 y/o el 20 de septiembre... el gremio de los fonderos pesa menos que la CPC)

miércoles, 17 de marzo de 2010

Política y Gestión

A propósito del ya tan manido "Hacer las cosas bien..."
Hace rato que venimos señalando aquí que el famoso acento de la derecha en "hacer las cosas bien" (heredero del fracasado "solucionar los problemas reales de la gente") significaba un intento de asesinato de la política. Sin embargo, hacer aparecer la política como un tema de mera gestión suena tan extraordinariamente atractivo, sobre todo para profesionales jóvenes aburridos de los dinosaurios partidistas, que sigue siendo el discurso más escuchado.
Por ejemplo, ante las aprehensiones que manifestábamos por los conflictos de interés entre las nuevas autoridades (véase "El gato vegetariano", en este mismo blog), la réplica que más escuchamos fue que estas nuevas autoridades, al menos, "harían las cosas bien", a diferencia, obviamente, de las anteriores.

Pero, en definitiva, ¿qué significa "hacer las cosas bien"? Supongo que a muchos nos ha pasado hacer un trabajo (para el colegio, la universidad o en la pega remunerada) y jurar por lo más sagrado que sencillamente, mejor imposible que nos quedara. Pero luego el profesor o el jefe respectivo (o algún "envidioso" compañero de trabajo) vienen y nos demuestran que en realidad con un cuatrito o un desabrido "bueno ya, gracias..." debiéramos darnos por más que satisfechos.
"Hacer las cosas bien" implica un parámetro externo a la simple gestión. Pero ese parámetro no es sólo una meta, un objetivo con un guarismo al que hay que apuntar. Antes bien, implica un marco basado en una visión del hombre y de la sociedad que debe verse reflejado en ese objetivo.
Me explico con un ejemplo extremo con el que discutía ayer en Twitter. Todos los candidatos han ofrecido, en distintos tonos, terminar con la delincuencia. Supongamos que el Presidente X decide, en vista a "hacer las cosas bien" en esa área, dar la orden y sacar a los militares a la calle con instrucciones claras de fusilar ipso facto a cualquier delincuente sorprendido in fraganti e, incluso, a los meros sospechosos. Es probable que con esa medida, la tasa de delincuencia baje a casi un 0%. ¿Cuántos de nosotros avalaríamos hoy una medida de esa naturaleza? Probablemente nadie. Sin embargo, mirando sólo los números, sería tremendamente efectiva.

En el ámbito privado también es posible encontrar ese tipo de ejemplos: una empresa puede aspirar a reventar con sus ventas el mercado, hacer caja y desaparecer, y para eso vende basura envuelta en papel celofán. Monta una agresiva campaña publicitaria, baja sus precios a niveles irrisorios, etc. En 2 meses sus números se han llenado de ceros, así que vende los activos que le quedan y sus dueños desaparecen en algún caribeño paraíso fiscal.
Otra empresa, vendiendo el mismo producto, opta por una relación de largo plazo con sus clientes. Cobra un poco más alto, pero por un producto sometido a estrictos controles de calidad en su producción. Sus números son relativamente modestos, pero después de muchos años sigue con sus fieles clientes.
¿Cuál de las dos empresas "hizo las cosas bien"? Desde mi perspectiva, ambas.
Y no lo digo porque esté de acuerdo con asaltar a los clientes para hacer dinero fácil. Lo digo simplemente porque las dos empresas hicieron lo que se propusieron dentro de sus visiones del negocio.

Con esa lata previa no quiero sino apuntar que "hacer las cosas bien" es sólo una frase rimbombante pero hueca, mientras no esté acompañada de una visión del hombre y de la sociedad que los políticos deben hacer explicita. No pretendo que nos den una cátedra de ética (para la que seguramente no tendrán espacio en la cuña televisiva), pero que al menos exhiban, con meridiana claridad, qué sueños tienen para el país que pretenden conducir.
No se puede pretender "hacer las cosas bien" si no hay un marco de referencia que nos permita evaluar no sólo cifras, sino el impacto global de las medidas respectivas. Se pueden eliminar las listas de espera en los hospitales a costa de una gran inversión pública (que implicaría seguramente endeudamiento); o bien reduciendo el tiempo de atención al saludo y la firma de la receta; o bien por medio de una alianza entre hospitales públicos y recintos privados; o derechamente eliminando la salud pública y dejando que los privados construyan cuantas clínicas consideren rentables.
Puede ser que todas esas medidas que he imaginado mientras escribo sean efectivas para reducir las listas de espera en los hospitales. Y si "hacer las cosas bien" significa que después de 4 años vamos a verificar solamente que el número respectivo sea más bajo, da lo mismo el camino que elijamos. Pero, ¿da realmente lo mismo?

Cada uno de ustedes podrá optar por una de las medidas mencionadas más arriba, y cada uno está en su legítimo derecho de pensarla como correcta. Pero si elegimos la opción A, no podemos desearle éxito al encargado de realizar esa tarea si sabemos que antes ha elegido la opción B, puesto que las dos opciones, A y B, implican visiones distintas (y a veces incluso contrapuestas) de lo "bueno" o de lo "correcto".

En resumen, como ya señalamos en un texto previo de este mismo blog, la Política entraña una visión ética. Y es esa visión la que debe alimentar los objetivos que se planteen y las estrategias para alcanzarlos. Sólo cuando eso esté claro podremos evaluar si efectivamente alguien "hizo las cosas bien". De lo contrario, su discurso son sólo cantos de sirena que buscan impedir, precisamente, la discusión de esa visión ética de fondo.

martes, 16 de marzo de 2010

El gato vegetariano

Escuchaba esta mañana en la radio (medio al pasar, así que no me hago responsable) que un miembro del clan Luksic habría rechazado la embajada en China, ofrecida por el gobierno de Sebastián Piñera.
¿Por qué se le ofrecería a un Luksic la embajada en China? El argumento sería el conocimiento que tiene de ese país, de su realidad y de sus negocios el empresario chileno. Y ese conocimiento se derivaría precisamente de los lazos comerciales que su grupo de empresas mantiene con la nación asiática.
A estas alturas, resulta ya evidente el criterio empleado para la selección de muchos de los ministros e intendentes.
En primer lugar, que tuviesen un CV de alto impacto. Criterio que en buena medida se agradece, puesto que entiendo que a todos nos gustaría que nuestros jefes (tanto en el ámbito laboral como político) sean siempre los mejor preparados.
En segundo lugar, conocimiento, y en lo posible éxito, en el área en que se desempeñarán. Y es aquí donde empezamos a transitar por terreno resbaloso, muy resbaloso.
Al apostar para diversos cargos por un perfil bien preparado, ejecutivo, con experiencia en el tema, pero por sobre todo, exitoso en el tema, surgen de inmediato tres problemas:
1. Existen ministros cuya mayor experiencia en política habrá sido ser presidente de curso en la básica. Basta ver la proporción de "independientes" en el gabinete para entenderlo. Eso responde, obviamente, al deseo irrefrenable de la derecha de "despolitizar la política" (si se me permite la expresión), convirtiéndola en mera gestión. El problema surgirá cuando esos ministros requieran lo que hace a un verdadero político: instinto, olfato, muñeca, capacidad para aunar voluntades tan dispares como por ejemplo, la CUT y la CPC.
2. Ser exitoso en un área, y no haber participado antes del gobierno, tiene como desenlace lógico algo muy obvio: conflictos de interés. Así, tenemos a un ministro de Educación dueño de una universidad privada, a un ministro de salud con participación en una importante clínica privada, a intendentes encargados de "reconstruir" con intereses en empresas constructoras de sus regiones. Con esto, insisto, no quiero cuestionar a priori sus méritos y capacidades. Pero en estricto rigor, estamos entregándole el cuidado de la carnicería al gato, apostando ciegamente a que el gato se hizo vegetariano.
Lo más triste, vergonzosamente triste, de este punto es que salvo un par de medios y algunos analistas, el tema pareciera no preocupar demasiado. Y esa falta de preocupación viene de la presidencia para abajo.
Durante la campaña presidencial, Eduardo Frei y MEO no perdían debate para hacerle ver a Piñera lo delicado de su relación política-negocios. Y el entonces candidato, hoy Presidente, hacía una finta por aquí, otra por allá, prometía una venta para tranquilizar al auditorio (periodistas y otros candidatos) pero se iba para la casa con la total tranquilidad que el tema de los conflictos de interés no le significaba ni una décima de punto en las encuestas.
Eso es lo vergonzosamente triste. En rigor, me da lo mismo las empresas que posea o no posea Sebastián Piñera. O todo el dinero que tenga amontonado debajo de su colchón. O si toma o no Coca-Cola en su casa en época de crisis. Porque en última instancia, en democracia hasta Berlusconi, Stalin o Hitler tendrían derecho a presentarse de candidatos. La indiferencia ante esto por parte de la gran mayoría de mis compatriotas, seducidos por el canto de sirena de "hacer las cosas bien", eso es lo vergonzosamente triste.

jueves, 11 de marzo de 2010

¿Buenos modales o corrección política?

@infozeus: si le va bien al gobierno, nos va bien a todos los que formamos parte de este país
Esa frase me llego por twitter hoy. Y esa frase es sólo una de las tantas formulaciones que ha tenido el mismo concepto desde el 17 de enero: al nuevo gobierno hay que desearle éxito, porque el éxito del nuevo gobierno es el éxito del país.
Siendo honestos y sinceros, en lo personal no puedo desearle éxito al nuevo gobierno. No porque no me importe Chile (muy por el contrario), no porque quiera ver a mi país sumido en el peor infierno en los próximos 4 años (que no lo creo). Sino porque simple y sencillamente, sigo creyendo en la Política.
Esa Política que debe comenzar como una opción ética, impulsada por la voluntad para cumplir aquello que soñamos. Y digo "opción ética", porque precisamente hacemos una valoración, establecemos una norma y terminamos por decir "esto es lo que creo mejor para Chile, así es como quiero ver a mi país".
Si esas opciones éticas tuviesen una sola formulación, no habría necesidad de partidos políticos, o tendríamos sólo uno, con su respectiva dictadura.
Afortunadamente, existen múltiples expresiones. Y aunque nuestros políticos quieran ahogar esa multiplicidad con su intocable sistema binominal, hoy se expresan no sólo en partidos políticos, sino que además en diversos movimientos ciudadanos, organizaciones, agrupaciones variopintas.
Algunas opciones pueden ser relativamente cercanas, y permiten formar bandos (Concertación y Alianza, por ejemplo). Otras pueden ser radicalmente distintas, y sería de locos esperar que convivan.
Por eso no le creo a Piñera cuando habla de Unidad Nacional. Pero tampoco le creería a Frei, a MEO o a cualquier otro que llamara a un gobierno de ese tipo.
Pero por eso también encuentro nada menos sincero que repetir esa manida frase que le desea éxito al rival que ha vencido.
Un ejemplo extremo: Imaginemos una elección entre Stalin y Churchill. Gane quien gane, ¿se imaginan ustedes a uno deseándole éxito al otro? Y no es por un tema de odiosidad. Es simplemente porque Churchill no podría desear que el experimento stalinista funcione, así como Stalin no puede desear que la visión del mundo y la visión del hombre de Churchill se imponga.
Por eso, puesto que no pienso como Piñera, puesto que no comparto la visión del hombre y la sociedad que tiene la derecha chilena, puesto que no creo en sus promesas (a estas alturas medio rotas), así como no creo en convertir el estado en una máquina de gestión vacía de contenidos, es que no puedo hoy desearle éxito al gobierno que comienza.
Le deseo, sencillamente, lo mejor a mi país. No para los próximos 4 años, sino para todos los que tenga por delante, "hasta que el mundo cambie de hechura"

martes, 9 de marzo de 2010

Algunas lecciones del terremoto

Primera lección: La solidaridad en Chile, contrario a lo que yo mismo pensaba, no se reduce a un show televisivo anual de 27 horas. En los primeros días post-terremoto, y antes que llegara Mario Kreutzberger a territorio nacional, ya estaba en movimiento una serie de organizaciones y, más importante aún, cientos de voluntarios para acudir en ayuda de las victimas. Eso enaltece al país entero, pero especialmente a la juventud, que fue la primera en acudir en masa, alegremente dentro de lo que la situación permitía.
Segunda lección: Carmen Fernández asegura que ONEMI no está preparado para este tipo de catastrofes. Pregunta: ¿Para qué están preparados entonces? ¿Para qué los aumentos constantes de presupuesto en esa repartición? ¿Para qué las compras de equipos y capacitaciones a alcaldes y otros estamentos? Viviendo en un país sísmico, con más de 4.000 km de costa, ¿es entendible que la oficina nacional de EMERGENCIAS no esté preparada para un terremoto y posterior tsunami? A la ineficacia de la Onemi hay que agregar los problemas de comunicación con el SHOA, resumidos muy graficamente en un fax (??!!) que no tenía toner toner (??!!). Cuando el sábado bajaba del Cajón del Maipo y escuchábamos con mi familia las noticias de lo que había ocurrido, le decía a mi esposa "Tranquila, no estamos en Haití, donde ni siquiera hay estructura de estado". La segunda lección es que en parte me equivocaba: nuestras instituciones se comportan como si estuviéramos en Haití (con todo el respeto que me merece el pueblo haitiano).
Tercera lección: Nuestros prohombres del análisis sociológico (Luis Sepúlveda en LUN, Fernando Villegas en latercera.com y otros muchos más) no tienen idea de estadística. Comparto muchas de las críticas que ambos hacen al modelo económico y a otros aspectos de nuestro país, pero de ahí a señalar que el lumpen-lumpen y el lumpen-4x4 que se dedicó a saquear después del terremoto es el reflejo del nuevo Chile es una exageración que sólo están dispuestos a avalar los medios de comunicación, que mostraron hasta el hartazgo las imágenes del caos, fomentándolo indirectamente.
Cuarta lección: Los políticos chilenos siguen sin darse cuenta que el país ha cambiado. Es injustificable que ante el desorden obvio que se produciría después de un terremoto y posterior tsunami se haya dudado en acudir a las fuerzas armadas por traumas que hoy sólo se alojan en las cabezas de nuestros viejos políticos. Y eso no sólo corre para la Concertación, que dilató la medida. También corre para La Segunda, que parece haber disfrutado poniendo una portada que parecía de 1973.
Quinta lección: Así como el terremoto sirvió de justificación para un gran despliegue solidario, y también para que unos malandras justificaran sus saqueos, también sirvió de excusa para que el Presidente Electo dejara de cumplir su promesa de venta de acciones. Hasta donde sé, la Bolsa no se ha detenido, y tampoco las empresas de Piñera salieron especialmente afectadas del terremoto como para incidir en su valor... ¿entonces?
Sexta lección: Las redes sociales llegaron para quedarse. Si bien siguen sin representar al chileno medio (basta cotejar los resultados de cualquier encuesta en Twitter con la realidad), demostraron que son un medio irreemplazable a la hora de movilizar a mucha gente, generar debate, intercambiar información en tiempo real, e incluso para ayudar a ubicar parientes perdidos. Hoy por hoy, el protocolo de la Onemi para tsunamis quizás debiera recomendar que el cabo Cristian Mendez (carabinero que dio la alarma de Tsunami por iniciativa propia) se compré un notebook con batería de larga duración y conexión satelital a Internet para prevenir a todo el planeta cuando nadie más cumple con sus obligaciones.
Séptima: Quedo claro que, en general, los estándares que poco a poco ha ido implementando el país en términos de construcción pueden resistir un terremoto de gran magnitud. El porcentaje de edificios caídos o con daños estructurales serios debe ser un porcentaje muy menor del total construido en los últimos 20 años. Sin embargo, no bastan las normas. Deben existir instancias de supervisión e inspección que aseguren el cumplimiento de éstas. Lo que digo no es nuevo: se dice siempre después de cada tragedia, o como excusa perenne ("no tenemos recursos para fiscalizar"). Pero mientras no existan, sobre todo en instancias críticas, seguiremos viendo edificios desmayados, con constructoras que no dan la cara, con alcadesas histéricas que firman la recepción de obra y se ganan ascensos, y peor aún, lamentando víctimas cuya sensible pérdida fue ocasionada por un negligente que debe tener nombre y apellido pero cuyo domicilio nadie conoce.
Octava, y por hoy la última: El loable esfuerzo realizado el viernes y sábado para reunir ayuda para las víctimas del terremoto terminó por mostrar algo terriblemente escándaloso, que disfrazado del oropel de la solidaridad pasó colado. La distribución de la riqueza sigue siendo un tema pendiente en nuestro país. No es entendible que una empresa como Celco, cuya infraestructura sufrió serios daños y hoy está casi sin producir, hiciera una donación estratosférica. ¿Cuánto habría donado en caso de no estar en el suelo? No veo problema en que una empresa tenga todo ese dinero disponible. Tampoco en que lo tenga una familia (como los Luksic con sus 2.170 millones "donados"), y tampoco en que los tenga un sujeto solo. Pero me parece escándaloso que en contraste, una familia viva con el sueldo mínimo, o que algunos profesionales recién salidos de la universidad ganen $ 250 mil al mes. Como dijo un amigo en Twitter: ¡por dios que está mal pela'o el chancho!