martes, 16 de marzo de 2010

El gato vegetariano

Escuchaba esta mañana en la radio (medio al pasar, así que no me hago responsable) que un miembro del clan Luksic habría rechazado la embajada en China, ofrecida por el gobierno de Sebastián Piñera.
¿Por qué se le ofrecería a un Luksic la embajada en China? El argumento sería el conocimiento que tiene de ese país, de su realidad y de sus negocios el empresario chileno. Y ese conocimiento se derivaría precisamente de los lazos comerciales que su grupo de empresas mantiene con la nación asiática.
A estas alturas, resulta ya evidente el criterio empleado para la selección de muchos de los ministros e intendentes.
En primer lugar, que tuviesen un CV de alto impacto. Criterio que en buena medida se agradece, puesto que entiendo que a todos nos gustaría que nuestros jefes (tanto en el ámbito laboral como político) sean siempre los mejor preparados.
En segundo lugar, conocimiento, y en lo posible éxito, en el área en que se desempeñarán. Y es aquí donde empezamos a transitar por terreno resbaloso, muy resbaloso.
Al apostar para diversos cargos por un perfil bien preparado, ejecutivo, con experiencia en el tema, pero por sobre todo, exitoso en el tema, surgen de inmediato tres problemas:
1. Existen ministros cuya mayor experiencia en política habrá sido ser presidente de curso en la básica. Basta ver la proporción de "independientes" en el gabinete para entenderlo. Eso responde, obviamente, al deseo irrefrenable de la derecha de "despolitizar la política" (si se me permite la expresión), convirtiéndola en mera gestión. El problema surgirá cuando esos ministros requieran lo que hace a un verdadero político: instinto, olfato, muñeca, capacidad para aunar voluntades tan dispares como por ejemplo, la CUT y la CPC.
2. Ser exitoso en un área, y no haber participado antes del gobierno, tiene como desenlace lógico algo muy obvio: conflictos de interés. Así, tenemos a un ministro de Educación dueño de una universidad privada, a un ministro de salud con participación en una importante clínica privada, a intendentes encargados de "reconstruir" con intereses en empresas constructoras de sus regiones. Con esto, insisto, no quiero cuestionar a priori sus méritos y capacidades. Pero en estricto rigor, estamos entregándole el cuidado de la carnicería al gato, apostando ciegamente a que el gato se hizo vegetariano.
Lo más triste, vergonzosamente triste, de este punto es que salvo un par de medios y algunos analistas, el tema pareciera no preocupar demasiado. Y esa falta de preocupación viene de la presidencia para abajo.
Durante la campaña presidencial, Eduardo Frei y MEO no perdían debate para hacerle ver a Piñera lo delicado de su relación política-negocios. Y el entonces candidato, hoy Presidente, hacía una finta por aquí, otra por allá, prometía una venta para tranquilizar al auditorio (periodistas y otros candidatos) pero se iba para la casa con la total tranquilidad que el tema de los conflictos de interés no le significaba ni una décima de punto en las encuestas.
Eso es lo vergonzosamente triste. En rigor, me da lo mismo las empresas que posea o no posea Sebastián Piñera. O todo el dinero que tenga amontonado debajo de su colchón. O si toma o no Coca-Cola en su casa en época de crisis. Porque en última instancia, en democracia hasta Berlusconi, Stalin o Hitler tendrían derecho a presentarse de candidatos. La indiferencia ante esto por parte de la gran mayoría de mis compatriotas, seducidos por el canto de sirena de "hacer las cosas bien", eso es lo vergonzosamente triste.

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